No sé cuándo fue que empecé a verlas. Un día las caras aparecieron. En Asia me perseguían los naipes, en Europa empezaron a perseguirme las caras. Eran tan obvias que no podía no verlas, a veces me daban ganas de frenar a alguien y preguntarle: «Disculpe, ¿usted no ve esa cara que nos mira? ¿no lo pone un poco nervioso que las cosas tengan ojos?». Pero en vez de hacer eso, empecé a armar una colección de fotos.