La papelería de mis sueños está en Kuala Lumpur
Fui a Kuala Lumpur al menos seis veces, y recién en esta última vuelta se me ocurrió googlear «Kuala Lumpur stationery stores» (*papelerías). Así fue como llegué a este post de la revista Time Out: «The best stationery brands and shops in KL». Marqué varios de los lugares recomendados en el mapa (preparación previa para hacer mi ruta de las papelerías en la capital malaya) y hubo una papelería que me llamó la atención más que el resto. Se llamaba Stickerrific y la revista Time Out la describía así:
¿Hacer journaling en una papelería mientras tomás café? ¿La mayor colección de washi tapes de Kuala Lumpur? ¿Tres gatos con nombres de personajes de Star Wars? ¿Workshops de sellos? ¿Los dueños viajan cada mes para comprar cosas? ¡¿Quién es esta gente?! Casi adelanto el vuelo. Estaba por terminar mis tres meses de viaje por el reino de las papelerías y lo cute (Japón) y no sabía si iba a tener la energía suficiente para ver más papelerías (es un chiste: siempre tengo energía suficiente para ver papelerías). Stickerrific quedaba afuera de la ciudad, pero algo me decía que, si visitaba una sola papelería en Kuala Lumpur, tenía que ser esa.
Pocos días después de instalarnos me tomé el tren y un colectivo y fui con la misma ansiedad con la que antes iba a conocer un monumento famoso. Llegué a Jaya One, el complejo de departamentos y negocios de Petaling Jaya en el que está ubicado el local de Stickerrific, y cuando entré sentí una emoción tan fuerte que no sabía si llorar o rodar entre washi tapes por el piso. Al principio hice mi visita silenciosa de rigor: miré estante por estante, sticker por sticker, sello por sello. Inspeccioné las washi tapes, recordé las que había visto en Japón, descubrí nuevas y junté las que me quería comprar en un canastito de mimbre. Después empecé a tocar todo: a mí el mundo me entra por las manos y si no siento la textura, no puedo hacer el control de calidad subjetiva de las cosas. Toqué cuadernos, toqué pinceles, sentí su suavidad, toqué gatos, abrí cajas, apreté sobres acolchados, sentí el relieve de los sellos.
Después de haber tocado todo, varias veces, me senté en una mesa a hacer journaling entre unas diez chicas que estaban ahí para lo mismo. Pedí un jugo de sandía (en Kuala Lumpur siempre hace como mínimo 30 grados) y me acerqué un carrito repleto de sellos a la mesa. Agarré las washi tapes de muestra y empecé a pegar en mi cuaderno. Sentí que, después de muchos viajes, después de muchos países, había encontrado mi lugar.
Me levanté a dar otra vuelta por el local (que en ese entonces no era muy grande, ahora se mudaron a uno tres veces más grande) y de repente vi los cuadernos. Estaban expuestos sobre una mesa, abiertos, mostrando toda la intimidad de las palabras, las fotos y los recortes de un viaje que alguien había metido entre esas páginas. Agarré uno, lo empecé a hojear y durante un rato me olvidé de ser discreta. Una de las cosas que más me gusta en el mundo es mirar cuadernos ajenos (ya no voy por las bibliotecas, ahora mostrame tus cuadernos, tus anotaciones, tus collages) y lo que vi esa tarde en esa papelería de Kuala Lumpur me cambió los parámetros por completo. Las páginas combinaban texto con washi tapes con dibujos en acuarela con fotos de cámara instantánea con folletos con papeles pegados con stickers. Era la documentación de un viaje por Japón en busca de papelerías, una cacería de washi tapes. Lo primero que pensé fue: «Yo quiero hacer cuadernos así». Lo segundo fue: «No puedo creer que existe otra loca que hace estas cosas». (Ahora que lo veo con un poco de perspectiva, me pasó lo mismo que la primera vez que me fui de viaje: pensaba que era la única haciendo algo así).
Me llamó mucho la atención el formato del cuaderno, tan alargado, flaco y alto. Además, las tapas parecían ser independientes de las hojas. Es decir: el cuaderno tenía una tapa pero el interior estaba conformado por cuadernillos que podían cambiarse de lugar, incluso sacarse para ser usados con otra tapa. Le pregunté a una de las chicas que atendía si vendían esos cuadernos: así fue como descubrí el Traveler’s Notebook de Midori y su concepto de «refill» de cuadernillos. Comprás las tapas (que pueden ser las oficiales de Midori u otras similares, como las de la marca taiwanesa Keep a notebook que me compré yo) y le vas armando el interior a tu gusto: con cuadernillos de hojas lisas, rayadas, cuadriculadas, con papel kraft, con papel de acuarela, con papel negro. El Traveler’s Notebook es un invento japonés y es casi de culto entre quienes aman el journaling y el scrapbooking. Se me ocurrió preguntarle a la chica quién había llenado los cuadernos que estaban en exposición.
—Ah, ¿esos? Son míos.
—Son increíbles.
—Los hice mientras viajaba. Es cuestión de coleccionar papeles y recortes.
Resultó ser la dueña de Stickerrific. Le dije que su papelería era uno de los mejores lugares a los que había ido en mi vida. Le conté de mis viajes, de mi ruta de las papelerías, de Japón, de mi amor por todo lo que ella había logrado condensar en pocos metros cuadrados.
—Me gustaría tener un lugar como este algún día.
—Pero no vas a poder viajar.
—No me importa. Estoy cansada de viajar.
Intercambiemos vidas, quise decirle. Nos sacamos una foto juntas y yo sentí que había conocido a mi doble malaya. Me regaló stickers para mi cuaderno, me dio la foto impresa, me regaló un set de postales. Fue breve, pero conocerla fue tan importante como cruzarme con la chica boliviana del tren en el 2007, la que con su gesto cotidiano me inspiró a viajar. Diez años después, cuando me sentía cansada de viajar, apareció la malaya de la papelería y me demostró que sentir amor por el papel, hacer rutas en busca de la mejor washi tape y pasarse la vida llenando cuadernos no es algo tan loco como pensaba (y que hay quienes incluso viven de eso).
Esa noche llegué al departamento y me quedé haciendo journaling casi hasta que se hizo de día.
Si van a Kuala Lumpur, pasen por Stickerrific, lleven un cuaderno y pasen la tarde ahí.
Al final no hice la ruta de las papelerías en KL, quise quedarme con el recuerdo de esta sola.
Que lindos cuadernos! Y que hermoso lugar, me encantaría conocerlo algún día. Aniko, cómo haces para llenar así tus cuadernos con tantas cosas, yo siento que si lo quiero hacer no se como llenar media pagina
Me muero que existe un lugar así. SI alguna vez ponés una papelería que sea acá en Buenos Aires por favor. Hace poco le decía a mi novio justamente que me parecía una buena idea hacer algo así, porque no hay mucho de eso y creo que gente a la que le gusta hay, yo por lo menos a través de las redes sociales, especialmente con el tema de los bullet journals, me parece que hay nicho para eso.
Al fin encontré la definición de lo que me gusta hacer, mi mamá siempre me retaba porque mi habitación terminaba siendo un nido de ratas por todo lo que cortaba y pegaba