Paréntesis
Camina por Buenos Aires y piensa en que no está en Praga.
Trata de imaginar qué estará pasando en ese mismo instante en Praga, ve una Praga que flota como atemporal en algún lugar del mundo y en simultáneo en algún rincón de su cabeza, y camina como si la estuviese atravesando, como si estuviese metido entre la masa de turistas que aplaude las campanadas del Reloj Astrológico a cada hora hace siglos, como si estuviese dejando su firma en el muro de John Lennon, como si estuviese mirando a los patos nadar sobre el Moldava. Imagina Praga y la ve a ella, que tampoco está en Praga, y ve el candado que dejaron, ese candado que pusieron juntos, el que trabaron en una de las barandas al lado de otros miles, todos con corazones y nombres escritos, ese candado en el que pusieron sus iniciales, esas mismas dos letras que podían ser de tantas otras parejas pero que en ese momento eran de ellos, y piensa en la llave que tiraron al río para que nunca nadie abra ese candado. ¿Dónde está esa llave? ¿Se la habrá tragado el barro? ¿Se la habrá comido un pez? ¿Habrá encallado en alguna orilla?
Sigue caminando y piensa en qué pasará con las ciudades cuando uno se va, cuando ya no las ve ni las puede tocar, cuando sigue su camino hacia un lugar nuevo: ¿siguen funcionando?, ¿se congelan?, ¿se desarman? ¿O siguen existiendo como una película que nunca deja de proyectarse, como un libro que siempre está pasando de mano en mano? Porque aunque él no esté en Praga, Praga existe y sigue recibiendo trenes y personas, sigue empedrada, con sus puentes y sus cúpulas, con su absenta y sus músicos, pero él ya no la ve y le parece tan difícil reconstruirla, recordar todos sus detalles y caminar mentalmente por sus rincones, casi tan imposible como recrearla a ella y dibujar su cuerpo, ese cuerpo que conoció y sintió y acarició pero que ya no es de él, que nunca lo fue y ahora menos que antes. Todo eso le resulta tan difícil como imaginar el candado, el que compraron juntos en ese puestito en el que les cobraron de más pero no les importó, si estaban en la ciudad del amor tenían que dejar su huella, pero ahora piensa en ese candado y no se puede acordar qué tamaño tenía ni de qué color era el marcador ni qué letra escribieron primero, si la suya o la de ella, ni con qué mano la tiraron al río, ni quién de los dos la tiró. ¿Y seguirá ahí ese candado o ya lo habrá arrancado la municipalidad junto con los miles que corta una vez al mes para que más parejas puedan poner sus candados nuevos y creer que con cerrarlos ahí van a estar juntos para siempre? ¿Pero qué es para siempre? ¿Qué pasa cuando uno se va? ¿Qué pasa con todos los lugares del mundo cuando uno ya no está, cuando uno pasó por ellos pero después de una cantidad más o menos predeterminada de años desaparece de este globo gigante que los contiene? ¿Qué pasa con todos esos lugares que siguen existiendo pero que uno ya no puede ver y que no pueden verlo a uno?
Camina y piensa en que no somos más que interrupciones en la rutina de las ciudades y de las personas, interrupciones que duran unos segundos, unos minutos, porque todo dura minutos, el mundo se puede terminar dentro de veinte minutos y qué queda de nosotros, del amor, de los lugares que pisamos, de nuestros recuerdos, de nuestro cuerpo. Y él camina y siente que el tren a Praga ya se fue, se fue mucho antes de que él llegara a la estación, desapareció junto con el candado y con ella, junto con la llave que tiraron al Moldava y que ahora está enterrada en algún lugar, desapareció junto con las promesas y con el amor, porque el amor cuando existe parece palpable pero cuando se va nadie sabe qué camino toma. Y él sigue caminando y no quiere mirar hacia adelante, no quiere ver los edificios que se le vienen encima porque le recuerdan que no está en Praga y que ella hace mucho tiempo que tampoco está allá.
¡Me fascinó! Uno es todos los lugares donde ha estado, pero no precisamente esos lugares son de las personas que allí estuvieron. Me encanta la imagen del candado, de lo efímero de la vida, lo abstracto del amor, las calles que se caminan queriendo que sean otras calles, lo pasajeros que somos en la vida de los demás, lo fugaz que se nos vuelven los recuerdos cuando no los atrapamos en la memoria escribiendo sobre ellos. Que hermoso ejercicio para un taller de narrativa Aniko. Por aquí te sigo leyendo!
Aniko style. Inconfundible.
¡Me encantaaaa! Tus textos no solo hacen que sueñe, viaje, reflexionen… me imagino Praga, la de las calles apedradas, la de multitudes de personas cruzando el puente, sentados en la plaza observando al domador de fuego. Praga es mágica, así como tu relato. Me encantó, de verdad.
Me encantó!
Genial la idea de escribir a partir de un imagen…
Wow… divino!
Hermoso, che…