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Llueve todas las noches un poco, a la hora que acomodás la cabeza en la almohada para escuchar el sonido de las gotas que golpean las chapas de los techos hasta que nos quedamos dormidos. Siempre hace un poco de frío como para tomar un té después de la cena y para dormir con una frazada y las piernas entrelazadas.
Caen truenos y relámpagos cuando necesito inspiración. A medida que las palabras empiezan a llenar la hoja en blanco llueve cada vez más fuerte pero nunca demasiado como para que la ciudad se inunde.
En primavera florece todo: los cactus más exóticos, los rosales, los jacarandás de todos los colores del arcoiris y hasta los edificios de cemento más deprimentes se vuelven alegres y huelen a jazmín.
En otoño caen las hojas de los árboles. Pero no son las típicas hojas. Son hojas de libros, sueltas. Hojas que algún romántico arrancó por un desamor, hojas que un niño travieso rompió de su libro de pintar, versos que un poeta quiso compartir, cartas que nunca se enviaron. Caen de las ramas y vuelan lentamente. Saben a dónde van. Siempre se posan en la persona indicada, en el momento justo, haciéndole llegar a esa alma vacía las palabras que necesita leer.
Nunca hace demasiado calor excepto los días de playa o pileta con amigos o cuando tenés antojo de helado de dulce de leche. El sol quema y el agua refresca los cuerpos calientes. También aumenta la temperatura cuando alguien te besa la nuca o descubre un lunar escondido. Pero en general las tardes permanecen con una luz solar tibia que apenas enrojece las mejillas pero estimula el cerebro y mejora el humor.
Durante la mañana también llueve y hace un poco de frío como para que te tomes una taza de café caliente antes de salir. La lluvia deja charcos gordos y chapoteables, pero hay poco viento, y las gotas justo se detienen cuando tenés que salir para ir al trabajo. En el trayecto ves que las calles están mojadas y las casas se reflejan en los charcos. Es casi obligatorio empezar el día sacando fotocharcos.
Los domingos si vas a visitar a tu abuela es probable que también caigan unas pocas gotas en sus ventanales, lo suficiente para que a ella le den ganas de cocinarte esa receta que tanto extrañás: tortas fritas con azúcar y miel.
Los días son más largos cuando estás disfrutando de un día de danza al aire libre, cuando festejás la final de básquet de tu club, cuando nace tu sobrino y los minutos se extienden en el momento que descubrís esa mirada especial. Y los días se acortan cuando te echan del trabajo, cuando una mujer es golpeada, cuando te sentís humillado o un paciente de cáncer grita ¡morfina!.
Cuando tu hijo te pide jugar en la plaza lo abrigás de más porque es probable que si se ríe mucho el tobogán se llene de nieve. Pero hay que tener paciencia. Lo mismo pasa con las aureolas boreales y las lunas rojas. Dicen que las hay una cada mes pero sólo algunos pocos son capaces de verlas.
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