Puede que este texto sea algo así como la segunda parte de «Empecé natación», de la serie La vida en Biarritz que publiqué en Viajando por ahí.

Salgo apurada. La pileta cierra a las cinco y ya son las cuatro. Tengo diez minutos de caminata, y entre que me cambio y todo eso voy a terminar entrando al agua a las cuatro y veinte. Camino rápido, pero voy con pocas ganas. Me encanta nadar, pero ir a la pileta es algo que me cuesta mucho: recién disfruto el ritual cuando estoy adentro del agua, todo lo que viene antes me parece odioso. Hace un mes que retomé natación, estoy yendo entre dos y tres veces por semana y me siento muy bien. Las ideas me fluyen mucho mejor en el agua.

Llego a la Piscine Municipale, paso el molinete, voy al vestuario, me cambio, guardo todo en el locker y cuando quiero ponerme la gorra y las antiparras —en Argentina le decimos antiparras a los goggles o lentes para el agua— me doy cuenta de que me las olvidé. Si vuelvo a casa a buscarlas ya no llego con el horario. Cualquiera diría que tendría que ponerme contenta, que es una buena excusa para no nadar, pero no: ya siento el olor a pileta y tengo muchas ganas de entrar. Sin gorra no me dejan y sin antiparras me van a quedar los ojos en compota.

Salgo del vestuario envuelta en la toalla y me acerco a la caja. Bueno Aniko, tenés que hablar francés sí o sí, este es tu momento.

Pardon, c’est possible d’acheter un bonnet ? (¿Es posible comprar una gorra?)

Oui, c’est un euro vingt. (Sí, es un euro veinte)

Merci !

Me siento orgullosa. Entro al agua con gorra nueva y sin antiparras. Vamos a ver cuánto me aguantan los ojos —esta pileta es de agua salada—. En general nado entre cuarenta y cincuenta minutos, pero hoy, dadas las circunstancias, decido hacer quince. Después veré. No puedo nadar crol sin las antiparras, así que me dedico a nadar espalda y a hacer patada con una tabla. Me pongo en el andarivel libre y me doy cuenta de la cantidad de gente que nada sin antiparras. ¿Por qué? Para mí son fundamentales.

Hago veinte piletas y me siento con mucha energía. Nadar ya no me aburre tanto como antes. No me canso: en general, nadar no me cansa. Y soy muy mala para los deportes, así que esto debe ser porque amo el agua. Decido hacer diez piletas más. El agua salada me empieza a molestar los ojos, pero quiero seguir. Hago otras diez. Y dale, ya que estoy, diez más. La pileta cierra en pocos minutos y hay muy pocas personas, es un placer nadar con los andariveles vacíos. Al final termino haciendo unas cincuenta piletas. Qué bueno que decidí comprar el bonnet y no volverme a casa.

Un divino el que escribió esto... "Entrada a la piscina y a tu culo"

Un divino el que escribió esto… «Entrada a la piscina… y a tu culo». Para esto me sirve aprender francés (?)

Salgo con los ojos cansados, pero con esa liviandad que solo me da la natación. En el camino de vuelta a casa entro a un negocio de cosas de cocina. Hay unas tazas de El Principito, divinas. La mujer me pregunta si puede ayudarme en algo, le contesto en francés pero me trabo y la erre me sale muy latina: “Non, merci, je rrrrregarde”. Quelle horreur. Por algo me da tanta vergüenza hablar. Salgo y voy al super. Busco los calditos knorr —acá le dicen bouillon— y mientras camino entre las góndolas me siento como drogada. Le mando un mensaje de voz a José y le cuento de mi día de natación: me dice que tengo una relación histérica con ese deporte. Yo le digo que me entró demasiada agua salada por los ojos y me siento rara. Todo me resulta gracioso.

En la caja, mientras estoy esperando para pagar, veo una escena muy francesa de dos amigos que se encuentran de casualidad:

—Raphael !

—Ohhh, mon ami !

Se abrazan y hacen sonidos franceses —gran parte del idioma francés está hecho de sonidos sin sentido—. La cajera me mira y se ríe. Yo pienso en este video porque estos dos señores hablan así, como en la parte de “ohh baguette, he he he” (pongan desde el minuto 1:33):

Cuando me toca pagar, le pido a la cajera un sac s’il vous plaît —que literalmente significa “una bolsa, si a usted le place” y quiere decir “una bolsa, por favor”—, me da una bolsa de plástico y no puedo despegarla, así que ella me ayuda con sus uñas largas. Me río. Me río de todo, me siento muy risueña. Vuelvo a casa y antes de girar en la esquina miro el mar. Está celeste. Haberme olvidado la gorra y las antiparras fue lo mejor que pudo haberme pasado hoy.

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